Solbes Arjona
ART-COMPORTAMENT
El día que Baudelaire fue reconocido como poeta maldito, la modernidad llegaba a Europa de forma contundente y mostraba la ambigüedad de la creación, del genio, del proceso, y sobre todo del espectador. De la mirada de una burguesía incomodada ante la imposibilidad de ver belleza en todos los lugares, en todas las letras, músicas y colores que ahora empezaban a dar voces a los “Otros”.
De la misma forma, Solbes Arjona huye del academicismo rancio y la imagen figurativa para experimentar, a través de los colores, la esencia de la creación. Mediante los enérgicos trazos se desarrolla, de forma natural y primitiva, la genialidad primigenia que se opone al formalismo más kantiano y cartesiano emulando los poemas fonéticos dadaístas.
La abstracción de Arjona, lejos de situarse al nivel del expresionismo abstracto más esencial de Pollock y de la pureza formal defendida por Greenberg, emana de una herencia mediterránea ancestral, el legado del colorido veneciano está presente en toda la obra, los colores poderosos se mezclan con las letras y crean obras sinestésicas de una musicalidad y expresión colorista sin precedente. La textualidad en la obra ejerce un papel importante dónde, como si fuera de forma aleatoria, los verbos devienen nombres y los adjetivos sujetos. Los trazos se apoyan en palabras con un significado, aparentemente caótico, inesperado, que cuestiona la familiaridad y el imaginario representacional del espectador.
Arjona crea colores, crea formas espesas que se adentran en la mirada del espectador y llegan a los sentimientos con pequeñas frases contundentes, que emanan de un pensamiento moderno y, a la vez, básico, que recuerda al Situacionismo de la Francia de los años 60 y a la radicalidad de los gritos de Tzara y de Ball.
No estamos ante un pintor, estamos ante un genio polifacético que crea, con el color y las letras, mundos sinestésicos de acento transgresor para mostrar el absurdo del mundo que lo rodea. Al más puro estilo de Huelsenbeck o Grosz, el proceso de creación busca la singularidad y la inconsciencia creadora del niño no contaminado por el imaginario social y cultural, mientras un velo tolstoiano nos recuerda la imposibilidad de liberación de la historia, del contexto, del horror del vacío envolvente.
Es precisamente este horror el que, a través de sus poemas, de sus letras que pululan como luciérnagas en medio del color, declama y enfrenta a la realidad más cruda el espectador, recordando la lucha ancestral de poderes denunciada por Foucault. Arjona ha traspasado el espejo lacaniano, ya se ha mirado bastante en ese espejo vacío donde el sujeto moderno se enfrenta a sus grandes miedos, el espejo se ha roto y los miedos, en forma de palabras demoledoras y radicalmente realistas, viajan sueltas para mostrarse desnudas al espectador.
La dicotomía más sinestésica está servida; el juego y la mirada virginal del niño al proceso creativo frente a frente con la realidad más cruda de las palabras que señalan los culpables de la pobreza social. La modernidad de la pintura liberada de la figuración y el legado más vasto del Mediterráneo, desde los íberos hasta los colores venecianos, el existencialismo más puro mediante la abstracción y el color esencial frente la letra más clara y contundente. El proceso dionisíaco y el formalismo de la palabra. Desde la introspección de la creación solitaria hasta la significación global de la mirada común de los “Otros”. Todo esto es Solbes Arjona.
Elisa Guillem
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